Por Hernán Iglesias Illa Para LA NACION
NUEVA YORK.- Una noche terrible de mayo de 2008 me levanté del sillón de mi departamento, en Brooklyn, caminé hasta la puerta de la cocina y le di una trompada furiosa. Mi mujer, que nació y vivió la mitad de su vida en Moscú, vio el agujero que le había hecho a la puerta y no entendió nada: hacía cinco años que me conocía, hacía tres que se había casado conmigo y nunca me había visto así. " What happened? ", me preguntó. " River lost ", contesté. River en realidad no había perdido, pero le había pasado algo mucho peor: había quedado eliminado de la Copa Libertadores contra San Lorenzo después de ir ganando 2-0 y haber tenido dos jugadores más durante casi todo el partido.
La humillación era insoportable, pero, para mi mujer, novedosa. En los años que llevábamos juntos, mi interés por el fútbol y por River había sido intermitente, con picos en los mundiales y valles en los Aperturas y Clausuras. Esa noche descubrió una parte de mí y de mi argentinidad que seguramente le hizo muy poca gracia. Unos años después, cuando se popularizó el video del Tano Pasman, declaró a quien quisiera oírla: "Yo tengo al Tano Pasman en mi casa".
Cuando me preguntan si fue difícil el choque cultural en la relación con mi mujer siempre digo lo mismo: fue tan fácil que ni siquiera ha sido un tema entre nosotros. Si insisten, termino contando la anécdota de los goles de Bergessio y mi furia contra la puerta de madera hueca, pero más que nada para decir algo.
En Nueva York, donde vivimos, hay muchas parejas como nosotros, incluidas las de algunos de nuestros mejores amigos. Tengo un amigo argentino que se quejaba de la "frialdad" de su ex novia sueca, pero también otro amigo argentino que tiene una novia noruega muy cariñosa. Cuando mis suegros, científicos judíos jubilados que todavía viven en Moscú, conocieron a mis padres, jubilados católicos no practicantes de San Isidro, nos sorprendió ver lo parecidos que eran entre sí. Casi no podían hablar entre ellos, porque sólo compartían unas palabras de inglés, pero se sonreían y se abrazaban como si se conocieran desde siempre.
Tener familias parecidas ayuda. Además creo que, habiendo crecido en Buenos Aires, heredé un gen cultural ruso judío que me permitió reconocer gestos y sentidos del humor y maneras de ver la vida. De hecho, la abuela paterna de mi mujer, Amalia Zaidman, nació en Buenos Aires en 1915, hija de inmigrantes que después volvieron a Rusia porque prefirieron a Stalin antes que a Alvear. O sea que, si la forzamos un poco, ni siquiera hay tanto choque cultural. Por lo menos, si la juega River, hasta la Libertadores del año que viene..
http://www.lanacion.com.ar/1587311-el-choque-cultural-que-mi-mujer-rusa-solo-percibe-cuando-river-pierde