El amor es esa experiencia privilegiada de la conciencia humana que puede evolucionar hacia la trascendencia merced a un proceso psíquico progresivo de integración que se desarrolla a nivel individual pero gracias a la relación con los otros.
Somos unidades heterogéneas. Cuando nos enamoramos, son nuestras heterogeneidades las que se enamoran de las heterogeneidades del otro, el otro es mucho más que lo que percibimos.
Estos ensambles inconscientes son articulaciones que "me enganchan" al otro (paralelamente a mi amor consciente) y que darán cuenta del nivel de ajuste, estabilización y homeostasis del intercambio inconsciente en esa relación.
Están organizados como pares de opuestos-complementarios y funcionan merced a una dinámica de polaridades.
Esto se observa en todas las parejas… sin embargo, podríamos pensar que "el amor intercultural" presenta un atractivo “extra” por dos razones paradójicas: su apariencia tranquilizadora al presentar las diferencias culturales aparentemente “sobre la mesa” (lo cual nos permite fantasear que las diferencias culturales borran las inconscientes del ensamble), y porque, lo exótico o diferente al mismo tiempo excita nuestro apetito de aventura y de zambullirnos en lo desconocido y lo nuevo.
La evolución de la conciencia se despliega en toda clase de escenarios.
El escenario intercultural tiene una pregnancia especial porque en él se ponen en juego abiertamente polaridades con un ropaje cultural que resuena o entra en disonancia con nuestras polaridades internas. Creo que es esto lo que explica en parte esa atracción que genera para algunos la experiencia intercultural.
Distintas culturas estimulan distintos aspectos de nuestra personalidad y facilitan ejercitar conductas diferentes, en nuevos campos de experiencia.
El amor es paradójico. La unidad heterogénea que somos incluye partes “progresivas” (es decir, “heroicas”, que avanzan en busca de lo desconocido y lo nuevo), y partes “regresivas”, infantiles que sólo buscan la seguridad, lo conocido.
Tanto dentro de una misma cultura como en un entorno intercultural, la evolución y nuestras posibilidades de integración dependen del tipo de diálogo que logremos establecer entre estás heterogeneidades que nos constituyen y que persiguen objetivos aparentemente contradictorios, tanto dentro nuestro como en relación con el otro.
Todo amor de pareja, puede ser un camino de crecimiento, una interlocución, un intercambio, una oportunidad de diferenciación, confrontación y encuentro con el compañero, una oportunidad de descubrir no sólo cómo es el otro, sino cómo soy yo mismo, y por lo tanto una oportunidad de encuentro con mi esencia más profunda.
El amor es un motor que nos anima a correr riesgos.
Sin embargo, como en todas las cuestiones amorosas, no hay garantías.
El amor intercultural pone en contacto dos mundos diferentes que también pueden entrar en colisión.
Algunas cuestiones a tener en cuenta:
a) Las diferencias culturales NO son metabolizables al ritmo de las cibercomunicaciones.
Esa metabolización depende de procesamientos psíquicos mucho más lentos, que requieren tiempos, espacios, circunstancias y un cierto tipo de acompañamiento y acompasamiento con el que no siempre podemos contar.
La clínica nos indica que el choque cultural y los malestares propios del duelo migratorio (cuya dificultad es su condición de ambigüedad porque hay que hacer el duelo por algo que se pierde virtualmente -porque el país de origen sigue existiendo-) pueden ser pospuestos pero NO SON EVITADOS. En tanto integrantes de un mismo sistema, ese malestar va a afectar de una manera u otra a ambos miembros de la pareja. Vale la pena y cumple una función preventiva estar advertido acerca de las visicitudes cognitivas y emocionales propias de las situaciones migratorias ya que lo que sorprende siempre se hace más difícil de digerir.
b) El malestar cultural “dispara” malestar emocional, y esto no sólo le sienta fatal a nuestra parte “heroica” (afectando por ejemplo, nuestra autoestima), sino también a la parte “infantil” que llevamos en la mochila y que arquetípicamente necesita de un contexto no-hostil para poder desarrollarse (durante el proceso migratorio lo desconocido y nuevo tiende a ser vivido subjetivamente como como hostil, aunque objetivamente no lo sea).
Si el duelo migratorio, el choque cultural, el estrés cognitivo que genera adaptarse al nuevo país, , consumen demasiada energía, a veces no queda suficiente “combustible psíquico” para procesar los ensambles inconscientes, ni para recuperar la homeostasis de la pareja y lograr la integración cultural al nuevo medio.
Aunque la pareja cuente con capacidad empática -no siempre es el caso-, el malestar del integrante que no está en su propio país puede resultar bastante difícil de comprender para quien está en su propia tierra y nunca ha migrado.
Es importante comprender que gran parte del malestar no es racional, sino emocional, por lo tanto irracional. Hay formas eficaces de abordarlo.
Como psicoterapeuta transcultural elaboro mapas de procesos que ayudan a la gente a orientarse, para que puedan desarrollar recursos y afrontar los desafíos interculturales y evolutivos de la relación.
Si estás en crisis con tu pareja intercultural, la propuesta es que elaboremos juntos un diagnóstico de situación para ir nombrando los desafíos internos y externos que la relación les plantea y producir intervenciones específicas que les permitan paso a paso "hacer camino al andar".
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